Damos gracias a Dios porque en su providencia nos conduce por los caminos que Él mismo ha pensado para nosotros y en los que nos santificamos y ayudamos a otros a encontrarse con Él.
«Porque mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos —oráculo del Señor—. Cuanto dista el cielo de la tierra, así distan mis caminos de los vuestros, y mis planes de vuestros planes. Como bajan la lluvia y la nieve desde el cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que cumplirá mi deseo y llevará a cabo mi encargo. Saldréis con alegría, os llevarán seguros; montes y colinas romperán a cantar ante vosotros, aplaudirán los árboles del campo. En vez de espinos, crecerá el ciprés; en vez de ortigas, el arrayán; serán el renombre del Señor y monumento perpetuo imperecedero» (Is 55, 8-9).