La espiritualidad del Instituto Secular Ignis Ardens nace de la vocación a vivir
en plenitud la gracia recibida en el Santo Bautismo,
a partir del cual somos hijos de Dios, llamados a ser santos, como Él es santo.
«Sed perfectos, como vuestro Padre celestial es perfecto» (Mt, 5,48).
Lo procuraremos con gran disponibilidad y apertura a la acción del Espíritu Santo.
Antonia ha dado siempre mucha importancia a los pequeños detalles que nos ayudan, no sólo a hacer efectiva esa reforma personal, sino también a aspirar a la perfección. Parecen pequeñeces, pero son una lucha auténtica, porque son una lucha contra uno mismo, ya que el mayor obstáculo es el amor propio.
Estos pequeños detalles nos hacen crecer. Antonia decía: «¡No serán tan insignificantes cuando tanto te cuesta hacerlos!». En el fondo son pequeños sacrificios, pequeños gestos de caridad con el prójimo. Vencimientos que hechos por amor al Señor, nos habilitan poco a poco a una entrega cada vez más generosa.
Se trata de hacer extraordinariamente bien las cosas ordinarias.
Antonia resume en cuatro consignas este camino que se hace con un ejercicio continuo de humildad, caridad y fuerza de voluntad:
- Lo mejor y lo primero para los demás; lo peor y lo último para mí.
- No me quejaré nunca de nada ni de nadie.
- Obediencia pronta y alegre.
- Rendimiento al máximo en el trabajo y estudio.
Una consagrada en Ignis Ardens está llamada a profundizar continuamente en los consejos evangélicos, don de la Santísima Trinidad, mediante los votos de Castidad, Pobreza y Obediencia que nos incorporan al Instituto y nos empeñan a atender a la vida de identificación con Cristo: “Y vivo yo, ya no yo, sino que Cristo vive en mí” (Gal.2, 20) y a la perfección de la caridad apostólica (can.710)”. Así, la forma propia de vivir los consejos evangélicos en Ignis Ardens queda manifestada como un seguimiento más cercano a Cristo bajo la acción del Espíritu Santo y una dedicación totalmente a Dios como a su amor supremo, para que, entregados por un nuevo y peculiar título a su gloria, la edificación de la Iglesia y a la salvación del mundo, consigan la perfección de la caridad, en el servicio del Reino de Dios.
También es característico de nuestra espiritualidad la atención a la vida de virtudes. La transformación interior de la persona en la línea del amor de Dios contribuye a que en la misma sociedad reine el amor, la justicia y la paz.